Y pasan las horas sobre el reloj muerto,
que antaño marcó minutos de un tiempo
en el que el sentías que iba bien todo
lo que relucía con el brillo de la mentira.
Fueron los dineros rodados de mano en mano,
resbalados por el sudor oliente de la codicia,
quien secó el bolsillo de cada ciudadano.
Cuando el dinero acabó, la fiera cambió de presa;
no es la moneda el suculento manjar por escaso,
que es la casa, los muebles, la vida
la sangre que el vampiro reclama.
Y secose la calle de almas,
marchitas las casas,
vacías de familias expulsadas.
La ciudad queda muerta sin humo de fábricas,
sin olor a vino que recuerde la flor de su origen.
El reloj que recibe al viajero aparece muerto.
Sin agujas, sin horas, minutos, que marcar.
Falta que todos a la vez den cuerda;
unos por aquí, otros por allá.
Limpien la ciudad de cuatreros de guante fino.
Sí, se puede, si queremos marcar las horas
los ciudadanos con nuestros latidos
pom pom pom pom
No serán las agujas quienes rueden la esfera.
Si no la conciencia viva que nace
cada vez que te roban con una sonrisa.
Alfonso Saborido
Publicado en el blog asidonia.wordpress
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