Amar la vida sin temor, amar a nuestros semejantes,
Amarnos a nosotros mismos, es amar a Dios.
I
Lo dice la leyenda, lo escribió Don Gonzalo,
que hubo un santo en las Españas
de nombre Santo Domingo natural de Cañas
mas adoptivo de Silos donde lució su halo,
de infante graves sentencias tomaba
para el cuerpo creyendo que así se suministraba
la gracia de Dios pues de la vida dada desconfiaba
porque en ella veía al demonio que le rondaba,
la vida con sus prójimos le tenía aterrorizado
porque si en él pecara otro se sentía culpado,
temeroso de Dios prefería vivir apartado
desdeñando el amor de los hombres por ser pecado,
acumulaba sufrimientos, su cuerpo marchitaba
renunciando a los dones que la vida le otorgaba
así creía servir al Señor al que tanto amaba
cuanto más dolor hallaba, más santidad lograba,
más entendió que había seres que debían ser ayudados
pues en esta vida hay muchos desgraciados
que sufren flagelaciones y merecen ser amados
y ayudó a sus semejantes sin descanso como buenos heredados.
II
Heredados de una vida que hay que vivirla
en la que es tan gratificante el amor cristiano
porque nos une como verdaderos hermanos
pero donde los yugos y las mordazas envilecen las almas,
porque en Dios que tanto nos ama
no busquemos nunca castigo que el temor
es un arma arrojadiza contra su comprensión
que mayor dolor que causar miedo con el amor celestial.
Vivamos la vida, amemos como hermanos,
sintamos por nuestros poros la vida
queriéndola, buscándola, soñando con ella
porque nos la ha dado Dios como seres humanos.
Del libro La incierta superficie de FRANCISCO MUÑOZ SOLER
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