Noté cómo el sudor empapaba la pechera de mi camisa de lino. Era un tiempo corto e infinito en los que los problemas radicaban sólo frente a mí y al alcance de mis manos. La suerte expandía los minutos sobre las gárgolas de neón que me custodiaban hieráticas vomitando luces y guarismos que me engrandecían. Fulguraba mi destello en el habitáculo microcósmico como la rauda eternidad, cuando mi fliper izquierdo colocó la magia en la espiral del tobogán especial. La pinball crepitó y sonó la detonación del extra. Hinqué la barbilla sobre el esternón y cerré los ojos para recibir lo más celestial que conocía.
MANUEL JESÚS GONZÁLEZ CARRASCO
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