Me obligas a abrazar cocodrilos
y azotas mis coanas con morteros de miel,
mientras olfateas vientos de popa.
Con dientes como locos acordeones bivalvos,
te instruyes con los matices de los rieles del ayer
y penas por caricias de alcaudón.
La página en blanco te protege
de los silbidos del amanecer.
Te pones de puntillas con los brazos en cruz
y garbanzos archivados en las rodillas un día plomizo
y gritas tu amnesia con el perfume de celosías.
Así sea.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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