Abro otra vez las orillas, mis orillas.
¡Oh mujer! ¡Oh tiempo!
que vienen y me expulsan de mi mismo
y después descubro que mis manos
ya no trabajan por si mismas
sino para otras luchas,
luego, cuando el amor se me ocurre
o me sucede, abro las voces
y ya no es mi canto
sino tu canto ¡Oh tiempo!
Y de repente tú, mujer
¡Oh, tú, mujer!
te vuelves una sonrisa intransitada,
y claro está: eres tú
como ola recibida en mi silencio
como pan golpeado en mi orilla
decidida, anclándose
como una mano al guante
para ser protegida de la soledad,
y cuando pasa el recital de las horas
han llegado ustedes dos
como por sincera expiación
¡Oh mujer! ¡Oh tiempo!
¡Oh tiempo! ¡Oh mujer!
David Pacas -El Salvador-
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