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Todo buen perro no lleva escrita su amenaza.
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Los olivos son el mar de mis peces.
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Todo libro desea ser un pájaro.
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La soledad tiene la mirada ciega.
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Yo no estoy de meses ya que a cincuenta y seis doces nunca les importó el año.
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La nostalgia siempre viaja de otoño.
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En tu piel he visto amaneceres.
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La indiferencia es un frío de ceniza.
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Mi arquitectura son mil puentes a la memoria.
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La paciencia usa voces de la nada.
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Ante la espada los gritos del perdón.
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Tu cuerpo es el océano de mis naufragios.
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El niño tiene el grito verde.
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La canción del hambre jamás finaliza.
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Entre paréntesis río y no.
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A la muerte hay quienes suelen llamarla amor.
Juan Risueño Lorente
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