El miedo es una barrera electrificada
y un cerco policial,
un retumbar de tambores
que martilla a sus protegidas espaldas
y les horroriza por cableados oníricos
hasta sudarlos como la madre que los parió,
tan parecidos a la amenaza temida.
La culpa es una pústula al amanecer
que hiede aún en la calle blindada
mientras rechinan los dientes tras la barrera
y se custodia el empuje del sol,
y se idolatra el silencio advenedizo.
Bastaría un inciso desaforado,
un derrame leve de furia contenida,
para recelar de todas las horas
y socorrerse de carnales pesadillas
liberadas a su aniquilador despertar.
Manuel Jesus Gonzalez Carrasco
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