jueves, 28 de marzo de 2013
LO ÚNICO BUENO DE AQUÉL DÍA
La oscuridad había dejado de ser total como en de otras ocasiones. Recordaba sin embargo con agrado aquellas otras en las que la luz, al pasar por las cortinas que envolvían mi estancia, teñían todo de un color rosado que acariciaba los ojos: lástima que al rato el calor se hiciera incómodo. No obstante, aquél frescor que invariablemente sucedía al baño de luz, me envolvía placenteramente para ir convirtiéndose poco a poco en un frío agradable que mecía mi ingravidez con pequeños golpeteos y vaivenes que me hacían columpiarme al son de un simpático runruneo de cadencias precisas.
Hoy la sensación no era la misma. Los decididos empujones que recibía me hacían estar incómodo, la luz no tenía calidez, era más bien blanca y fría, las cortinas que tanto confort me producían y tanta tranquilidad daban a mi espíritu, se habían desgarrado y la casa se me venía encima.
De pronto, un temblor y un empujón seco logró desplazarme. Mi cabeza chocó contra algo que la aprisionaba poderosamente. Mientras trataba de liberarme arrastrándome y pataleando, alguien me agarró por la barbilla y tiró de mí. Fue verdaderamente desagradable, pero el hecho me salvó de seguir sufriendo.
Enseguida me cogieron por los pies y se ocuparon de mi salud. Como no respiraba, se dispusieron a realizar las maniobras necesarias para que lo consiguiese.
En ese momento abrí los ojos. Me vi todo manchado de sangre y bañado de una luz inclemente que dañaba mis pupilas. El aire entró entonces en mis pulmones como un puñal, hundiendo su frío acero en mis entrañas produciendo al mismo tiempo una agradable sensación que nunca antes había sentido. No pude reprimir un grito largo, prolongado, rebelde.
Dicen que tuve suerte, que que todo fue bien y que fue el día más importante de mi vida, pero yo no quiero reconocerlo así. Estaba mucho más a gusto antes. Al fin alguien dijo: ¡Es un niño! y unos cálidos brazos me recibieron dulcemente.
Enseguida reconocí el olor de quien me había ofrecido una casa hasta ese momento. Fue lo único bueno de aquél día.
Agustín Pérez González -Mairena del Aljarafe (Sevilla)-
Publicado en la revista Aldaba 13
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