Yace, duerme en las sombras de la mente
la predilecta musa que me inspira,
entre sus manos de cristal, la lira
que acompaña su canto sugerente.
Al sentarme a escribir, turbo el ambiente
de mi ático mental; ella se estira,
desperezando su quietud, suspira,
y abre la claraboya. De repente,
la luz, en avalancha, se apodera
de su imagen desnuda, y yo a la espera
de que inicie la magia de su canto.
Al fin resuena en mi interior. Transcribo
cuanto ella me transmite, y no concibo
reflejar por mí solo risa o llanto.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Ángeles-
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