Décadas sin amar; o enamorada,
y a tu pesar, vestida de silencio.
Tú misma te amordazas, y claudican,
fracasados, los besos.
Sólo te sirven para hablar los labios,
y la lengua ha olvidado ya el misterio
de su húmeda destreza,
de su cálido aliento.
Te has negado a ti misma;
sólo tus manos saben del apremio
que entre muslos desnudos, todo a oscuras,
tejen en la antesala del deseo.
Y estás tan sola, inmensamente sola,
porque ese compañero,
a quien nunca besaste,
no es más que una silueta en el cerebro.
Lo tuviste al alcance del sentido,
y callaste, y se fue, pero el incendio
quedó sólo contigo, incontrolable,
negándote la paz. Tu ofrecimiento
se fragua cada noche,
cada vez que te miras al espejo
con la angustia de verte envejecida,
aunque te ves tan juvenil por dentro.
Fue, tiempo atrás, la voz de tus temblores,
pero no es ya ni el eco.
Haces tú sola su quehacer, ahondando
con toda la destreza de tus dedos,
paraíso en la carne, purgatorio
en la orfandad sombría del cerebro,
y en el núcleo del alma, donde él vive,
insoportable infierno.
Tantos años perdidos en nostalgia
de tan tenaz, inverosímil sueño,
no sé si convencida del fracaso,
o en esperanza de volver a verlo.
Va haciéndose de noche ya en tu vida,
sal al mundo, mujer, flota en el viento
agitando las alas de tus brazos,
libre del lastre que impedía el vuelo.
Es hora de vivir si se respira,
y no has llegado al fin de tu trayecto.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Ángeles-
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