Quiero dormir. Que nadie me despierte.
He ensayado mi cuota de quimeras,
y me quedé con aire entre los dedos
y un laberinto absurdo en la cabeza.
Utópicos proyectos no logrados,
amores corroídos por la ausencia,
sacrificios ahogados en olvido,
cultivos de sudor, mas sin cosechas,
y un camino muy largo
hacia un Calvario, con la cruz a cuestas.
He condenado todos mis diseños
de vida, o alianzas, a la hoguera.
Si alguien se detuviera ante mi casa,
mercader de promesas,
sepa que ya no compro; continúe
a otro lugar, que no abriré la puerta.
Los sueños, a la larga, fueron de humo,
perdiéndose en la niebla.
Quiero dormir, mas no soñar, aislándome
de todo, de mí mismo, que aún me queman
la piel tantos fracasos, y sus voces
me hieren como piedras.
Voy a cerrar los ojos,
bloquear los oídos, que no duela
ni pasado, presente ni futuro,
en mí, y alrededor, sólo tiniebla.
¿Será la muerte así, total despego
de cuanto fuimos, absoluta amnesia,
y por eso le dicen
irreversible, eterna?
¿O es tal vez sólo el túnel
desembocando en una patria nueva,
puente sobre un abismo tenebroso,
o barco que nos lleva a otra ribera?
¿A qué pensar en ello?
Cuestiones filosóficas son éstas
que a través de los siglos
no encontraron unánime respuesta.
Voy a dormir. Quietud, olvido, sombra,
no sé por cuánto tiempo, en qué manera,
mas quiero desligarme de la vida,
de las ambigüedades a que juega,
y al fin, un día, resurgir de nuevo,
limpia el alma, la atmósfera serena,
con la absoluta pulcritud del niño
que a palpitar empieza.
Quiero dormir. Que nadie me despierte.
Nadie turbe la paz sobre mi tierra.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Ángeles-
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