Quiso darle un beso, pero ella lo rechazó. Tras unos movimientos ondulantes que recordaban a una cobra, escupió un «no» que por sí mismo ya habría matado cualquier duda. Pero por si acaso llegara a sobrevivir alguna, ella agregó: «tienes dientes de hierro. Un beso así sólo puede estar oxidado».
Esa noche en su casa se sirvió un vodka sin hielo, agarró un alicate y se encerró en su cuarto.
A la mañana siguiente su madre lo encontró desdentado y desmadejado, ebrio y sin consciencia. En la mayoría de las piezas dentales desparramadas por el suelo, aún podía verse algún hilo metálico retorcido que se había negado a salir.
BELISA BARTRA
Publicado en la revista Sea breve, por favor
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