domingo, 24 de febrero de 2013
EL NUEVO TRAJE DE SAMUEL
(Artículo de 1922)
¿Recuerda el lector el secuestro del ciudadano americano Bielaski, por un grupo de bandidos mejicanos que pedían cien mil dólares por su rescate?
La noticia produjo gran sensación en la Casa Blanca, a juzgar por la Prensa neoyorkina, porque, eso sí, ninguno como el gobierno americano para sensacionalizarse, cuando Wall Street le ordena que se sensacionalice.
El gobierno de Méjico tendrá que pagar el rescate de Bielaski, o de lo contrario, fuerzas de caballería americana cruzarán la frontera en persecución de los bandidos mejicanos.
Así, claros como cristal de roca, fueron los térmimos de la nota de la Secretaría de Estado de Washington.
Además --agregaba lo nota-- los Estados Unidos no podrá tolerar que a sus puertas se cometan tales desmanes, que son una afrenta a la civilización.
Pocos días más tarde los agentes oficiales mejicanos realizaron el gran descubrimiento: el secuestro de Bielaski fue una trama burda del aventurero americano para robarle al gobierno mejicano cien mil dólares, en combinación con un grupo de fascinerosos mejicanos.
Bielaski tramó el complot. Simularía un secuestro y la Secretaría de Estado de Washington se encargaría de hacer llegar, por conducto de los bandidos de la cuadrilla, el dinero de su rescate extraído al Tesoro de Méjico.
El gobierno mejicano presentó abrumadoras pruebas ante las que tuvo que rendirse el gobierno de Casa Blanca.
Y es claro que tales pruebas sirvieron para posteriores investigaciones, en las cuales se demostró que no era la primera vez que el Gobierno Mejicano había sido víctima de la piratería de un sobrino del Tío Sam, habiéndose visto el Tesoro azteca obligado a satisfacer cuantiosas sumas de rescate por secuestros voluntarios o autosecuestros de aventureros norteamericanos.
Ya los gobiernos de Madero, de Huertas y de Carranza habían sufrido las exacciones de los apaches de aquende el Bravo.
Y véase cómo, acaso por exigencias de la moda, el viejo Samuel se ha visto obligado a cambiar el traje de Reverendo que trajo en pasados siglos de allá de las costas brumosas del Mar del Norte, por el de Corsario, que es la indumentaria en uso en esta contemporaneidad canallesca del asalto y la rapiña internacional.
Naturalmente, que los piratas de antaño difieren en mucho de los de hogaño. Los de ahora son piratas groseros, fenicios en sus aficiones, cartagineses en sus ímpetus, berberiscos en su tendencia, griegos en sus paciencias, latinos en sus audacias, y no ponen sobre la sórdida mercatura de que hablara Cicerón las rosas de la gracia y de la gentileza, sino la maligna hipocresía de los sobrinos de Samuel...
Sus naves no son aquellas movidas por el viento, sacudidas por los huracanes,
con diez cañones por banda
que atacaban gallardas y bravías con sus espolones y traían en rehenes de remotísimas tierras ejemplares de todas las razas, tesoros de todas las tierras, faunas de todos los climas, pedazos de arte de ambos hemisferios...
Es el inglés Drake que asalta el puerto de Santo Domingo y se lleva un trozo de cornisa de piedra de la histórica casa del Almirante... Es el americano Walker que ataca a Nicaragua con el romántico plan de hacerse presidente y muere fusilado con la serenidad de un gálata.
En vez de llevar bajo el casco del pelo una inmensa ambición y en los labios la canción del heroísmo, llevan unos libros de contabilidad con un continuo balance de ganancias extraídas al dolor y a la miseria de los pueblos.
El alma de los piratas de la leyenda dorada de Salgari, de Farrere, de González, ha muerto y en su lugar se ha instalado un alma mercachifle, vejancona, sórdida, sucia, mal oliente, adornada con la brújula, la telefonía inalámbrica, con el topófono y con cañones de tiro rápido.
Que el oficio ha caído en la más lamentable degradación lo dice la distancia inmensa que hay de Drake, Vermin y Nelson hasta Chamberlain, Jamestown y Lloyd George, como de Walker hasta Morgan y demás gavilleros de la Standard Oil Co. y del Wall Street, de que es Bielaski un corrompido spécimen. Por estos breves ejemplos se tendrá una idea del descrédito en que ha caído el oficio.
Oh, el pirata moderno es repulsivo por sus bajos instintos, por su grosería y por su vulgaridad.
Publicado en el blog nemesiorcanales
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