El ermitaño llegó al jardín de los ecos y escuchó sus ahuecados pasos en la penumbra.
Acostumbrado como estaba a ponerse a la sombra del sauce llorón y gri-tar su nombre para que la resonancia le respondiese rompiendo cada una de sus sílabas, así lo hizo…
Sin embargo, esta vez, no hubo respuesta: el Silencio había gritado an-tes de que él lo hiciese.
Del libro Cuentos iberoamericanos de
LUIS ALBERTO PORTUGAL DURÁN (Bolivia)
Publicado en Los Cuadernos de las Gaviotas
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