—Sólo quiero que me perdones —dijo Ponciano a su esposa.
—Oaoaoaooooooo —fue su respuesta. Le era difícil contestar con palabras articuladas pues un calcetín mugroso, que metió su esposo a la fuerza cuando la amordazó y la maniató, le impedía mover la lengua.
—Sabes que si no me perdonas no podrás entrar a tu amado cielo —se burló Ponciano.
ALEJANDRO RAPPOZO
Publicado en la revista Sea breve, por favor
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