miércoles, 30 de enero de 2013
ANTE LOS REYES
(Artículo de 1920)
El otro día la Prensa Asociada nos obsequió con una noticia cablegráfica estupenda. Decía la tal noticia que la Reina, que Su Majestad la Reina de España, con ocasión en que paseaba en automóvil por las calles de Madrid, viendo pasar a un señor sacerdote que iba a pie conduciendo el viático para un obrero que se moría, salió de un salto del lujoso carro, e hizo que el sacerdote ocupase el regio asiento, marchando después a pie hasta la casa del enfermo.
Leído este cable, he hecho todo lo posible por conmoverme, porque es seguro que la Prensa Asociada lo escribió para eso, para que nos quedáramos atónitos ante el caso como ante un fenómeno nunca visto. Pero por más empeño que he puesto, no he logrado que se me conmueva ni una sola célula del cuerpo; es más, aunque sea con cierta verguenza, confieso que he cometido la irreverencia de reírme. Y puesto ya en el trance de las confesiones, ¿por qué no decirles que todavía me sigo riendo?
La Reina es mujer, mujer simpática si uno la va a juzgar por los retratos. Y yo ante toda mujer, como no sea un basilisco, me siento fuertemente inclinado a la bondad. Pero ¡por los clavos de Cristo! yo no puedo dar con la manera de tomar en serio, como un gran acontecimiento digno de correr en los signos del cable por todo el mundo, la simpleza de haber realizado la Reina un mero acto de cortesía. Si la cortesía fue para con Dios, representado en el viático, o fue para con el sacerdote, no tengo yo tan mal concepto de la buena crianza de los reyes que me quede estupefacto al verles procediendo con la cortesía o bondad que está al alcance de cualquiera otro simple mortal propietario de un automóvil. Aquí mismo en Panamá ¿cuántos no hacen todos los días con sus automóviles el uso galante para con Dios o cualquier prójimo distinguido que hizo la Reina sin que corra nadie haciendo aspavientos a las oficinas del cable? Si los reyes, que no hacen otra cosa en su vida que dedicarse a actos de ceremonia y relumbrón, no sirvieran ni siquiera para mostrar cortesía en determinados casos, ¿qué habría que pensar de ellos?
¡Válgame Dios! ¿Hasta cuándo viviremos tan deslumbrados por el brillo de dublé de las coronas y los ringorrangos oficiales, que cualquier gesto trivial que haga un rey nos parezca un acontecimiento extraordinario? ¿Por cuánto tiempo viviremos todavía tan sometidos al bárbaro fetichismo de los títulos y realezas que haya de salirnos a recordar que un rey o reina es una persona como otra cualquiera, y que, de cada cien reyes que han cruzado por la historia, noventa por lo menos eran unos perfectos mentecatos que valían mucho menos que su cochero?
¡Hacer aspavientos y ocupar el cable para comunicarle al mundo que la Reina le cedió su carro al viático! ¿Dónde está la hazaña? ¿Porque se condolió de que el cura iba a pie? Son tantos, tantísimos los que marchan a pie, y a veces cojeando y arrastrándose por la imposibilidad física, que si fuéramos a creer en la tal condolencia, lo que verdaderamente habría que admirar sería el que, en una ciudad como Madrid, donde hay tantos pobres y cojos y ciegos y lisiados de todas clases que rastrean trágicamente sobre el polvo de las calles, la Reina a estas horas no se hubiera resuelto a desprenderse de sus muchos carros para donárselos piadosamente a los más necesitados de entre estos lamentables despojos humanos, que no sólo carecen de todo vehículo sino que ni siquiera disponen de sus propios pies.
Pero lo grande es que estas cosas haya que apuntarlas todavía en el siglo XX, cuando ya el oficio de rey va haciéndose tan duro, tan precario y hasta tan grotesco en el seno de una humanidad que acaba de tirar por la ventana a tantos zares, káiseres, constantinos y demás ejemplares de una fauna arcaica y casi extinta, que el espectáculo de un rey, más que a infantiles gestos admirativos, debiera movernos a esa mezcla de ironía y de compasión que inspiran los muñecos cuando les vemos ya hechos guiñapos en las manos destructoras de los niños.
Publicado en el blog nemesiorcanales
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