Contemplo el ara de mi cuerpo
dolido al exceso de amargura,
donde el intrincado laberinto
recorre mi interior, ya sin salida.
Mis piernas en su día trotadoras
de los caminos que atrás dejaban
cada piedra sin esfuerzo esquivando
no son, si no fláccidas ramas.
Arrastran ahora el carro que chirriaba
buscando nuevos horizontes y aventuras,
no responden a la voz del amo
caídas y muertas, mis pobres mulas.
¡Qué fuerza, qué colosos dominando
el peso de subir una montaña!
Columnas de puro nervio y hueso,
arcadas de la torre que guardaban
Sobre ellas, construida mi atalaya,
dieron lugar luchas embravecidas,
tronco ahora de gusanos carcomido,
de órganos inútiles y tripas.
¡Qué recias sus paredes contemplaban
el valle que a sus pies se les rendía!
Orgulloso jinete cabalgando,
que al más fiero guerrero desafía.
Vestido de las mejores sedas
jugó a ser Dios allá en el Olimpo,
fueron los juegos, cantos de sirena,
grandeza, que con la lluvia se deshizo.
Cada corteza de mi tronco es arrancada
donde antes la naturaleza las ponía,
todas las rosas del rosal fueron cortadas,
soy sólo, un matorral de espinas.
Mis manos que tomaron los pinceles
surcando los colores por los cielos,
hacen temblar mis dedos ya hirsutos
como juncos que se mecen con el viento.
Recogieron saludos y parabienes,
apenas al mirarlas si lo creo,
parecían esculturas en el mármol
y modelaban en barro, sólo el tiempo.
Ellas, con la suavidad del terciopelo
enfermas hoy, caen sobre mi regazo,
tendrían que estar presas en la cárcel,
sus falsas caricias , me engañaron.
Aquello que firmaron en mi nombre
no era más que ilusión intencionada,
engaño de su tacto y de las letras.
¡Que hermosas eran, cuando me traicionaban!
¡Oh, cuerpo! Recorrido desde abajo
donde está la cabeza diseñada,
donde la mente se oculta,
por varios agujeros horadada.
Aquellos ojos de halcón en las alturas,
metidos en la roca, son abismos,
profundos pozos sin cadena,
sin cubo ya, porque no queda agua.
En noches de verano se sumaron
a cada estrella sobre el firmamento,
creyeron ser dueños del saber, como ninguno
cuando es fugaz la vida y el saber etéreo.
Las flores despreciaron, por hermosas,
el océano era poco, el mundo nada,
todos prevalecen, siendo mis ojos,
sendas a ninguna parte, luna eclipsada.
Ahora viene el cerebro taladrando
la pared donde no alcanza la mirada,
cada escena que ellos grabaron,
sale, sin salir de su pantalla.
Desfiles de modelos ya pasados,
aromas que penetran lacerantes,
sabor a besos fríos y amargos
mezclan mi aliento con el aire.
Sonrisas que brindé hipócritamente
me son devueltas al ver mi decadencia,
saboreé la miel de las colmenas
polen sobre el estigma de hiel y penas.
Un rictus de amargura es cuanto queda
de unos labios, que al besar soñaron,
en las palabras fáciles, los juramentos
que di y me dieron y han volado.
Creí y regalé al oído
con mil promesas del amor eterno,
inhalé los perfumes de la primavera
hasta embriagar mi mente y mi cuerpo.
Tanto despojo, cabe en una urna,
sólo el fuego, vendrá purificante,
mi mente no, ella seguirá con su tortura
pensando hasta la hora de mi muerte.
Quizás acoja el mar mis pobres restos
o sirvan como abono a malas hierbas,
qué poco importa ya, si del mejor lecho
gozó dentro de mí, mi gran soberbia.
Sabía todo en mi ignorancia,
quise burlar al tiempo y el destino,
siendo yo misma la burlada,
por una falsa imagen del espejo.
Hoy, en el ocaso de mi vida,
me rindo a la evidencia y abandono,
Dios tenga a bien perdonarme,
aquello que ni yo misma me perdono.
Mayte Andrade -Benicarló- del libro Líber Poético
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