jueves, 1 de noviembre de 2012

CORROSIÓN Y CORRUPCIÓN


Por Rodrigo Ramírez Pérez

Una sociedad cariada por la corrupción, cuenta en su inventario con una abismal desventaja en el tiempo para hacer los cambios de transformación social que necesita con urgencia. Seguramente esa sociedad no es la colombiana (¿?). Quizá estoy mirando para Centro América, el Caribe, Asia y África. No, en Colombia vamos bien (¡!).

      Muchos de ustedes me dirán: ¡Qué te pasa, Rodrigo, estás loco, te la fumaste verde! Jajajaja. Tienen razón, entonces, ¿hasta cuándo como sociedad vamos a asumir el papel corresponsable de contribuir para hacer los cambios de transformación social?

      No sigamos quedándonos con la fiebre en las sábanas, culpando al sofá de la infidelidad conyugal. Sí, somos un matrimonio: habitantes, ciudadanos y gobernantes. Los niveles de injusticia que toleramos y admitimos en la corrupción a todo nivel de la sociedad corroída, es uno de los principales motivos para estar en desventaja.

      Reitero, como lo he señalado en otros escritos, el cambio es individual primero, y después colectivo. De nada sirve que tengamos la legislación más severa contra los corruptos y al mismo tiempo las prebendas para que se le haga pifia a la misma norma. Por estos días asistí a un congreso de transparencia, y la verdad, lo que más me interesó fueron los ejemplos de sociedades que han logrado transformarse luego de derrotar la corrupción.

      Y esa transformación empezó en el individuo, en principio con una legislación severa y sin absoluciones. Con procesos de moralización colectivos, con la ponderación a los ejemplos de transparencia y con el compromiso de convertir a su sociedad en la mejor por su dignidad y honestidad.

      Esta reflexión no se va a remitir a las formas de corrupción que todos conocemos, ni la cultura del dinero fácil, ni a la crisis de valores, ni a las fallas en el sistema educativo, ni a la destrucción de la institucionalidad de la familia, ni al choque de trenes de las instituciones estatales por la guerra de intereses politiqueros de quienes la representan, ni a los vicios electorales. Como tampoco al conformismo social de pensar que siempre todo será lo mismo, sea quien sea el gobernante y por eso no le apostamos a actuar para cambiar.

      Esta reflexión sólo busca que si quieres de verdad la transformación social, no esperes que la definan los representantes del Estado, porque seguramente, ellos no serán el ejemplo que te motivará a hacerlo. El cambio está individualmente cuando comencemos a quitarnos la corrosión histórica de la corrupción.

      Cuando decidamos a anular todas las malas prácticas corruptas que culturalmente cometemos como si se tratara de algo normal, ejemplo, pedir comisiones de actividades que legalmente no lo ameritan, porque esa comisión no fue una gestión laboral.

      Cuando dices: “yo no denuncio la corrupción porque esa gente es peligrosa”. Cuando ignoras a los corruptos, porque tú no eres de ese perfil. En fin, hay tantas y tantas características de la cultura corrupta que debemos transformar sin tener que esperar que sea el Estado, quien finalmente nos diga cómo hacerlo.

      Esta reflexión es sólo la provocación un acto individual contra la corrupción, que por convicción puede ser ejemplo, que colectivamente nos corresponde imponer para reducir en el tiempo la meta de los cambios de transformación social, que serán los modelos a demostrar en otras naciones donde su gente aún no toma consciencia de que los procesos de 180 grados están en ellos.

      Entonces con resultados reales podré decir que Colombia es una nación que se transformó, sin tener que especular con ganchos publicitarios para que lean esta opinión.

Publicado en el periódico digital La Urraka Cartagena

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