sábado, 29 de septiembre de 2012
LA MALDICIÓN DEL OSITO TEDDY
Al cumplir los nueve años empezó a deteriorarse de una manera pasmosa. Fue al día siguiente de su cumpleaños cuando aparecieron los primeros síntomas. Su madre creyó que era puro cansancio y empacho, tanto saltar en las colchonetas que alquiló el abuelo, toda la tarde comiendo los dulces que había preparado “Nanny”.
La mujer comenzó a alarmarse cuando una semana después el muchacho iba a peor. Unas preocupantes bolsas violáceas asomaron bajo los ojos del pequeño Nicolás. Conforme iban pasando los días parecía cada vez más delgado y débil.
Consultaron a los mejores especialistas médicos durante meses y ninguno lograba dar con la enfermedad que se estaba llevando de forma tan atroz la vida del miembro más joven de la familia.
Nicolás no logró cumplir los diez años. La última noche que pasó entre los suyos el chiquillo deliraba con muñecos con los ojos inyectados en sangre que absorbían el alma de los niños y con maldiciones ancestrales de las que nadie podía escapar. Los desvaríos eran tan desagradables que su padre decidió que lo mejor era sedar a su hijo y concederle unos últimos momentos dignos sobre esta Tierra.
Meses después de la muerte de Nicolás su madre decidió que era el momento de desprenderse de la mayor parte de los juguetes de su pequeño. Los camiones serían perfectos para Juanjo, el mejor amigo de su hijo, las figuras de soldados serían para Marco, su primo más querido. Y el “Osito Teddy” con esa siniestra sonrisa, que ni siquiera recordaba que tuviera cuando lo compraron sería el recuerdo ideal para Clara, la hija de la vecina. Lo metió todo en una caja y con un nudo en la garganta se dispuso a repartir las escasas posesiones que Nicolás había ido recopilando durante su corta vida.
Al día siguiente Clara comenzó a encontrarse cansada e indispuesta.
AZAHARA OLMEDA
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