lunes, 20 de agosto de 2012
NO VENCERÁS
Aún mucho después de que se acabaran los motivos, los hombres seguían creando guerras. Sin armas, sin medios, sin hombres fuertes que lucharan de corazón por un ideal. Las guerras estaban a pedir de boca, y a ellas nunca faltaba quien quisiera agregar su granito de arena. Cientos de hombres, mujeres y niños salían a pelear contra otros hombres, mujeres y niños. Con armas caseras, con las que les dieran los gobiernos. Con uñas y dientes. Con odio, con dolor, con la necesidad primitiva del hombre que pelea con otro sólo para saberse vencedor. A lo largo del mundo, las noticias de las nuevas guerras se extendían continuamente. Los gobiernos sabían que lo que habían generado año tras año, siglo tras siglo y que había degenerado en la malsana necesidad de conquistar, de asesinar, de salir victoriosos, les estaba costando caro. Detengamos la guerra, dijeron. Pero cuál de todas.
Fomentemos la paz, dijeron. Pero qué era la paz. Uno a uno, los estados fueron abolidos. Los gobernantes huyeron o cayeron bajo las masas encolerizadas. Dicen que algunos se camuflaron entre los exaltados y se unieron a la guerra sin fin. Los países se regían bajo la ley del más fuerte, las finanzas se olvidaron, los índices de productividad, los controles de todo tipo. Había llegado el día en que el hombre era libre al fin de todo. De todo, menos de sí mismo.
Eugenia Sánchez (Uruguay)
Publicado en la revista digital Minatura 120
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