martes, 7 de agosto de 2012
MANUEL
Te has reformado. La puerta de la cárcel se abre para dejarte salir. Hace un día perfecto, como a ti te gusta. En el cielo, no hay una sola nube. La brisa es suave y desahoga del sol del mediodía. Tras de ti, se escuchan los cerrojos que aíslan el pasado. No podrás olvidar lo que hiciste, pero has decidido cambiar. Has pagado por lo que has hecho aunque no has pedido perdón. Tienes claro que tampoco te perdonarían, por eso crees que es mejor no pedirlo. Te querrían ver muerto y lo entiendes.
Mientras pensabas, has llegado a un parque. Está lleno de niños que juegan, corren, gritan y comen helados. Tu infancia fue muy distinta. Nadie te llevó al parque. Nadie pensó en ti. Sólo tú pensabas en ti, pero no era suficiente. Observas a los padres que están en los bancos. Charlan y vigilan a sus hijos. Todo parece monótono. Nadie sabe de la monotonía más que tú. Monotonía en los días, monotonía en las horas, monotonía en los minutos, monotonía, monotonía...
Ya eres mayor de edad. Cuando entraste en la cárcel, apenas quedaban unos días para tu cumpleaños. Sabías que al salir no tendrías que volver al centro de menores. Sacas del bolsillo del pantalón una nota que contiene la dirección de tu nueva casa y emprendes el camino.
Publicado por MARÍA JOSÉ BERBEIRA RUBIO (Castelldefels) en su blog dondehabiteelolvido-airama
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