En la enorme pantalla, miles de drones dejan caer su carga de muerte sobre la ciudad, que semeja una hoguera resplandeciente. — La limpieza debe comenzar por la propia casa, hermanos —dice el presidente, y los miles de partidarios que le acompañan en el estadio vitorean—. ¡Hijos míos, americanos todos! —grita, alzando sus puños—, nuestro compromiso con la divina ley no puede dar margen a la duda y, por ello, es nuestro deber aniquilar sin la más mínima vacilación a cualquiera que apoye el matrimonio homosexual, aunque sea nuestro compatriota —y señala hacia la pantalla.
Yunieski Betancourt Dipotet (Cuba)
Publicado en la revista digital Minatura 120
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