Comentario bibliográfico del poemario “Corona de Calor” de Rolando Revagliatti (Ediciones La Luna Que, Buenos Aires, la Argentina, 2004), realizado por Ana Russo y publicado en la revista “Poesía de Rosario”, digital, nº 20, 2011, dirigida por Guillermo Ibáñez.
En relación a la fecha de impresión del presente libro de poemas, no es una novedad, ya que hace varios años que está circulando y recién –por esas circunstancias que tiene la poesía, que es como un mensaje atemporal e imperecedero- llega a esta revista “Corona de Calor”, con ilustraciones de Nélida Vélez, Rafael Marín, Clara Bullrich y Martín Micharvegas.
Revagliatti, en seis capítulos con poemas frontales hasta la sorpresa o la interrogación lleva al lector por el itinerario más íntimo de sus pasiones amorosas. Digo frontales como podría decir francos, abiertos en una espontaneidad sencilla, sin alardes retóricos. Su poesía traza el decurso de su vida amatoria, y desnudo de atavismos se nombra y las nombra a todas esas mujeres que por ella transitaron, haciendo un pormenorizado -y en ocasiones cargado de humoradas y toques incisivos- racconto del sexo y sus instancias. Vale para el autor el antes, el durante y el después, momentos de una misma acción pero, en suma, pasados por el filtro del poeta, quien se regodea en el sitio más íntimo de la relación amorosa. También se hace presente el tiempo de la adolescencia, aquellas instancias augurales del descubrir el cuerpo y de aprender a entrelazarlo con otros: en “Interferido” dice: “Había sido en soledad y adolescencia/cuando creando yo las delicadas condiciones/ para que con la eyaculación/adviniera el orgasmo/te/me apareciste/ y me/ reconviniste // “En soledad, no”, dijiste/ y de mi adolescencia hiciste/ lo que quisiste.” Sincero, simple, como lo son esos momentos en que lo revelado se manifiesta mezclado entre la soledad, el temor y todas las posibilidades esperándonos.
Pero no es esto todo lo que circula. A veces y a modo de familiaridad, confiesa al lector que tras todo ese andamiaje honrando los encuentros, está como patrón indispensable el amor. En el poema “Amarte” asegura: I “Amarte/ va conmigo// Que me ames/ me espera// II Me cala/amarte/ Que me ames/ me autoriza/ III A la emoción/ de amarte// la acústica/ de tu amor.” Este texto breve es de un discurrir ese estado simbiótico del amor, podríamos decir, atemperado, suave; pero inmediatamente antes, lo precede otro poema: “Me hiciste, me diste”, que contrapone al anterior con una fuerza erótica que el poeta maneja con una plasticidad y una dinámica que sorprende, casi como si se estuviera viendo una escena de sexo. Si eso es lo que se propuso, lo logró exitosamente: I “Me hiciste creer/ que me necesitabas arriba/ Me hiciste creer/ que me necesitabas abajo // Arriba/ y abajo/ Y con suficiencia/ Y con desparpajo// Arriba/ y abajo:/ rodemos/// II Me diste a entender que nada/ tenías encima:/ teneme encima/ Me diste a entender que nada/ tenías debajo: / teneme debajo// Encima/y debajo:/ofreciéndonos al regodeo/ (no sólo)/ de la contemplación”. Poesía realizada a fuerza de temperamento y tratada como el elixir de su vida y de la vida, ese Eros que no únicamente sostiene la conjugación de los tantos verbos incluidos o metaforizados en su discurso, sino fundamentalmente los ritos de acercamiento, cópula y reposo que luego hace del juego amoroso el gran justificativo del “estar vivo” y del “seguirse viviendo” en la posterior fusión en la que el hombre entero se entrega, el poema.
ANA RUSSO
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