Ni el frío ni la espada
destruyen la certeza de la sangre.
Aquellos días breves, limpia luna
de paz; aquel milagro de pan, a toda hora;
aquellas manos
de cera sobre el tiempo
marcadas por el verso y por la carne;
aquel estar contigo, ser tú misma
(y yo mismo) en la hondura verde del remanso,
ajena a la zozobra y al desgaste;
aquel saber gozoso
vibración en el arco, y entrada en el silencio...
Todas esas blancuras,
habidas, confesadas,
fieles como el olvido
de San Juan de la Cruz, entre azucenas.
Manuel de la Puebla. P. R-España De su libro: Actas de viandante
Publicado en la revista Carta Lírica 40
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