VII.
Ahogarse en hondo cántaro que recoge las lluvias ancestrales,
en el jardín del patio de la antigua casa.
Ser salvado de las aguas por los recios brazos del anciano
que cultiva rábanos, hierbas aromáticas y silencios de lluvia
sobre la tierra blanda,
en el ultimo solar de la casa.
Viaje sin memoria de regreso
a ese umbral donde el niño juega,
sin sospechar lo profundo de las aguas, con las flores del durazno,
en uno de los patios de la antigua casa.
Asomarse al espejo de agua
donde las mujeres labran una canoa con la frágil madera de sus cantos
y el niño viaja, rio arriba, remontando turbulencias
hasta el traspatio de la antigua casa.
MAURICIO CONTRERAS HERNÁNDEZ (Tomado del libro inédito Morir en aguas de infancia)
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