Observemos la paradoja de la comedia humana, el color paralelo de las vidas. Vidas que triunfan convertidas en relumbrantes estrellas. Mismo color peleando por no perecer en la miseria de la bodega de un barco, una noche clandestina cruzando el Estrecho, olimpiada de hambruna y pateras. Un color que se escribe con grandes titulares, otro con idéntico tono apagado es rutinaria letra en páginas de sucesos. Un becario de guardia en la redacción del periódico tiene el encargo de llamar a cierta hora a un teléfono de la delegación del gobierno para preguntar por él numero de clandestinos, espaldas mojadas, que han llegado a las costas del “paraíso terrenal” y han sido detenidas. En el estadio olímpico un buen equipo de redacción se afana en fotos y noticias de campeones y campeonas de color negro que ha vuelto a ganar otra medalla de oro por batir el récord del mundo en una especialidad.
Durante ciertos campeonatos de atletismo me he puesto delante del televisor, cosa extraña en mí, para sopesar el triunfo de los atletas de color y los clandestinos que paralelamente, van siendo apresados en nuestras costas del sur. Toda una tragicomedia, el sarcasmo de la condición humana. Unos aplaudidos y otros humillados y detenidos. Aplauso al triunfo, miseria para los que buscan “El dorado”, poder disponer de un modesto puesto de trabajo con el que agotar el cuerpo por un salario no siempre digno mas sí indignante.
La tragicomedia representa una panorámica social donde el color de la piel se tasa según el éxito; no es lo mismo el sudor de un negro que bate una marca en el estadio o el marroquí que gana todos los maratones, de aquellos otros que huyen de la guardia de las fuerzas del orden por ser clandestinos. Parecen idénticos esos marroquíes apresados tras una noche intentando llegar a la costa andaluza, de aquellos otros compatriotas que merecidamente van conquistando medallas tras medallas, para convertir en gloria la miseria del tercer mundo y que los blancos le pidan autógrafos y sonrisas.
Burla desde el burladero de la vida, los esquemas de una sociedad acomodaticia que se niega a mirar alrededor de sí misma. Quién puede pensar que estos negros y “moros” que logran medallas en las pistas olímpicas, sin el precio de la fama no podrían ser maltratados y explotados por mafias blancas enloquecidos por la avaricia, condenándolos a vivir como marginados en las grandes ciudades, porque pese al idéntico color, la catalogación es diferente. Pero si son triunfadores son admirados y aplaudidos cuando pisan veloces el tartán. He aquí la evidencia, la carcajada, el trueque bestial de una sociedad que se presta a interpretar su papel de figurante, para escapar de la realidad de sus propias contradicciones, egoísmo y ceguera. Pero por unos días, bien es cierto, que la ira contra los hambrientos que cruzan el Estrecho parece aplacada. También ellos, los esclavos pueden que se hallan sentidos solidarios del triunfo de los de su raza, y hasta se pueden emocionar. Y es que en la tierra también los humillados tienen patria y corazón que palita.
Y que a nadie en plena euforia de la hinchada jaleando a sus ídolos envueltos en la bandera de España, agitando la copa del triunfo, pregunte qué por ciento de impuesto tributan a Hacienda, frente lo que religiosamente pagan los de abajo. Claro que posiblemente el favor que goza se debe a que son dioses temporeros. No contribuyentes con contrato fijo y el peligro que le estafe los ahorros un banquero protegido por el poder de las alturas. Como tampoco nadie debe rasgarse las vestiduras ante la diferencia entre un “moro” del Puerto Banús y otro que llega de madrugada en patera a Tarifa.
Publicado por Francisco Vélez Nieto en el diario El Libre pensador.
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