martes, 3 de julio de 2012
GOODBYE CRUEL WORLD
Cae lluvia púrpura sobre las cenizas del colosal desierto oscuro que otrora fue llamado Planeta Verde. Huesos carbonizados de humanos se confunden con huesos de animales extintos, convirtiéndose en mitos que ya nadie recordará. Se advierte la proximidad de un nuevo seísmo, que abrirá una nueva llaga en la superficie de la tierra, desvelando la furia del magma verde radiactivo, ansioso por consumir todo rastro de vida. Púrpura, negro y verde son los colores del fin.
Isaac mira con honda tristeza el desolador paisaje. Se diría que una desgarradora melodía de violín flota en el turbio aire: esa música abruma a Isaac con el dolor de un mundo. El mensaje le ha quedado muy claro al muchacho. La Tierra ha desterrado al hombre.
Sobre un montículo, que podría ser el esqueleto de una ballena cubierto por los escombros, está la Theodora, la nave salvadora que llevará a Isaac, a los supervivientes de su familia y a unos pocos afortunados más a vagar entre las estrellas. Isaac vislumbra, con una congoja reprimida a duras penas, que allá fuera no hay lugar adonde ir, un nuevo planeta en el cual refugiarse y, por qué no, empezar de cero. Musita un amargo y tenue “Adiós, Tierra”; luego, con la derrota propia del resignado, entra en la nave.
Felipe Manuel Ortega Cecilio (España)
Publicado en la revista digital Minatura 119
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