martes, 3 de julio de 2012
BECK
(I)
Fue todo corazón, fue compañero
de largas horas, a mis pies tendido,
aun bajo el sueño, alerta a cada ruido,
y a nadie, humano o bestia, forastero.
Me lo llevó la Muerte, en su velero
súbito y negro, y el hogar, dormido,
no fue consciente hasta que el estallido
de la mañana iluminó el otero.
Sereno, inmóvil, lo juzgué en su mundo
de fantásticos juegos, vagabundo
por fértiles, utópicas praderas.
Le di su tiempo. Nunca lo despierto
hasta que él me reclama, o cuando advierto
que es hora de surgir de sus quimeras.
(II)
Mas no habría esta vez efervescencia
de saltos juveniles, ni premura
de salir al jardín, y vi la dura,
trágica realidad en transparencia.
Me arrodillé a su lado. Mi elocuencia
se limitó al silencio, a la ruptura
de mis ojos en lágrimas. Qué oscura
la mañana radiante en su presencia.
Tan súbita evasión, sin despedirse;
o tal vez fue opcional, porque el morirse
tan de repente abrevia el sufrimiento.
No quiso prolongarme la agonía
de observar su descenso, día a día,
a la sombra, en dolor y abatimiento.
(III)
A paso de alazán, de legionario,
como si ágil rival nos persiguiera,
avanzada la noche, en la frontera
del sueño y la aventura, itinerario,
si inalterable, nunca rutinario,
ambos al mismo ritmo, por la acera
de las calles desiertas. Qué manera
de forjar alianzas a diario.
Bek, vinculado a mí por el sendero,
era incontrovertible compañero
sin quien no se concibe la salida.
Y en mutuas, mágicas revelaciones,
redescubrimos múltiples razones
para estar satisfechos de la vida.
(IV)
He vuelto a caminar, mi fiel amigo,
aunque sin ti. Tu sombra me acompaña.
Mas el vacío, al fondo de mi entraña,
es soledad que va también conmigo.
¿Marco yo el paso, o soy yo quien te sigo?
Siempre fuimos al par, con esa extraña,
sorprendente cadencia, que ahora engaña,
pues no sé si me incitas o te instigo.
Te percibo a mi flanco, tal que nunca
te hubieras ausentado, y no se trunca
nuestro ritmo de ayer por donde voy.
Compañero de marchas, aún me asiste
tu invisible presencia, y como fuiste
estos últimos años, eres hoy.
(V)
Corre, juega en los campos celestiales
que reservara Dios a los que han sido
fieles amigos y han comprometido
sus vidas y entusiasmo a los mortales.
Ni enemigos tuviste, ni rivales;
tú, Francisco de Asís, reaparecido
bajo dorada piel, cuyo ladrido
fue de hermandad a gentes y animales.
Únete al grupo que habitó esta casa,
y que te precedió. Sólo fracasa
quien en la vida no ama a los demás.
Corre, juega, en la mágica pradera
de esa zona de eterna primavera.
Diré tu nombre, y tú lo escucharás.
(VI)
Llegan noticias de ella, mi colega,
dejándome su vida indiferente.
Quizá tenga un amante, o se lo invente;
tal vez ardides de añoranza juega.
Me da igual si alardea, finge o ruega;
su regreso esperé, fiel e inocente,
mas no ya; que el amor, amigo ausente,
ni siquiera la muerte lo doblega.
De ti aprendí dedicación y apego,
únicos leños en que el ágil fuego
del querer se alimenta y permanece.
Ahora, sin ti, parecen más vacías
las antiguas palabras, suyas, mías,
pues tu actitud ni es humo ni envejece.
(VII)
Te converso en voz baja en mis andares,
en soledad de ti, sin ser oído
de extraños transeúntes. No hay gemido
bordando mis palabras, ni hay cantares.
Es sólo intimidad; las familiares
frases de siempre, de las que han huido
tonos declamatorios y el sonido
de exaltación que rige en los hogares.
He comenzado, amigo, a referirte
mis cuitas e intenciones, y a reunirte
de nuevo, por la fe, con tu patrón.
Pues aunque te hayas ido, sobrevives
a mi lado y en mí. Ven, no te prives
de prorrogar tu vida en mi adopción.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Ángeles-
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