No existía mejor testimonio sobre el final de la raza humana que las ruinas de las ciudades bañadas por la lluvia ácida y el polvo. La espesura del aire y la caída constante de cenizas hacían una delicia gris de todo lo que quedara sobre el suelo para los insectos, finalmente amos del universo. De los mares no quedaba nada más que una nata oxidada sin movimiento.
Deteniendo sus patas traseras sobre lo que quedara de lo que alguna vez fue su hogar; Gregorio Samsa miraba con extrañeza los restos de sus padres.
Lilymeth Mena Cruz (México)
Publicado en la revista digital Minatura 119
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