El mar, la imagen
y también el espejo.
Su ir y venir, la cuna.
Su furia y los habitantes
ocultos en la densa vegetación
de olvido y miedo,
los mismos temibles habitantes
de nuestros laberintos.
Es el mar profundo, es su amenaza callada
como aquello cuya superficie
nos refleja, pero que rechaza
el brazo y que la mano no se atreve a sondear.
Y la sal de su entraña,
la que raja los labios
y quema los ojos y deja amarga la voz,
es esa misma sal que nos unge
y la que nos maldice.
En el mapa veo su límite azul
y los diversos nombres que lo ocultan,
y me parece dócil e inocente,
inofensivo ante la margen verde
de geografía escolar que lo contiene.
Clara Eugenia Ronderos. Cambridge. Inglaterra
Publicado en la revista Oriflama 16
.
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