sábado, 23 de junio de 2012
JOYA
Agazapado tras los muros de silencio,
un corazón tan blanco como un perrillo de aguas
jayán e impertinente,
excelso y desarraigado,
vaga entre el desamparo y los racimos de la inquietud,
ocupándose de los mirtos y los crepúsculos,
y del día a día de oropeles
y de gritos rotos.
Intuyes,
corazón del tártaro,
que la amatista ama a la plata,
y que los collares transformados
en cepos irisados,
pueden bautizar la vida
en el ágata azul.
No quieras hender las carnes
y atenazar el miedo a la intemperie,
de la postrada garganta
y al bramido de la entrañas.
Cual cristal ferruginoso,
cual amatista que transforma la congoja
en cestos escolleras,
en panes y peces,
la vida asombra:
desata el jaspe sangre que llevas dentro
y marcha en pos de nuevos lances.
Tu aura,
plena de besos en el cuello,
te acompañará a encontrar
la obsidiana blanca que mereces.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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