2626
Sola en el duro banco de la plaza,
y tal vez desolada, te rodean
docenas de palomas que zurean
en la tarde otoñal. Cada una traza
su propia línea, círculo, revuelo,
que no ves, abstraída
en ese maremágnum de la vida,
por donde vaga el alma en desconsuelo.
Dentro de ti llevas el mundo, y nada
cautiva tu mirada.
2627
Sobre el césped se arrullan los amantes,
vino rojo en las venas, ascuas de oro
en las manos, la piel efervescente,
y las cinturas ramas cimbreantes.
Pero el paisaje es mustio e incoloro,
nada, sino ellos mismos, transcendente.
2628
Sumido en los recuerdos, el anciano,
camina a paso tímido, inseguro,
a cada escena de su entorno ajeno.
Ni el roble, ni el nogal, ni el avellano,
estirando sus crestas sobre el muro,
ni el jardín, aromático, sereno,
provocan su interés. Va ensimismado,
en la plaza de todos expatriado.
2629
Sobre el banco de piedra, el desvalido
duerme y sueña. No el mundo de colores
que hemos, tan a menudo, recorrido
en busca de esplendor, laurel, o amores.
Su sueño es de más básicas urgencias,
del hogar que perdió, que nunca olvida,
del pan que no le llega, las dolencias
de alma y cuerpo, la vida que no es vida.
La plaza es música, trajín, bullicio,
pero nada en su propio beneficio.
2630
Juegan los niños, ríen, cantan, gritan,
bandadas de palomas se alborotan;
las mamás, sonrientes, no limitan
su actividad. Ellos jamás se agotan.
La plaza es su dominio, su palestra.
Años felices son, como lo han sido
quienes bajo una estrella más siniestra
quisieran hoy, tal vez, no haber nacido.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Ángeles-
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