2611
Eras el mar. Llegaba tu oleaje
con ansias anatómicas cautivas,
volcadas en la arena de mi playa.
Y me hablabas en íntimo lenguaje,
ajeno a veleidad o disyuntivas,
estilo natural, que no se ensaya.
Sobre la espalda te esperé, desnudo,
y anegado quedé en tu ángulo agudo.
2612
Puedo verme en tus lágrimas; refleja
cada una de ellas, terso, diminuto,
mi propio rostro, en actitud perpleja;
es, más que día de dolor, de luto.
¿Me destierras de ti, por cuya mente
y entrañas he vagado?
¿Hacia dónde me lleva esta corriente
rodando por tu rostro, y en qué estado
he de quedar al punto de secarse?
¿Es parte del morir el separarse?
2613
Escondida te llevo. Nadie intuye
por qué veredas vas, o en qué rincones
de mi hermético mundo te adormeces.
Yo sí lo sé; tu paso irrumpe y fluye
sobre mis viejas huellas e intenciones,
y a mis propios temblores te estremeces.
2614
Rastros de ti me quedan en las manos,
marcado estoy, mas no me escondo de ello.
¿Qué mejor documento que tal sello
para identificarme a los hermanos?
Cruzarán junto a mí por donde voy,
percibirán mi olor, que es tu fragancia,
y al escuchar en mí tu resonancia,
sabrán quién eres, y también quién soy.
2615
No te pretendo en paz; la paz hastía.
Te procuro en asedio, en inquietudes,
en vendaval… Son éstas las virtudes
que anhelo practicar. ¿Te agradaría?
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Ángeles-
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