SEXTA PARTE
De repente escuché cascos de caballos. Un grupo de caballeros se dirigían a las murallas porque en el horizonte habían aparecido unas naves enemigas. Empezaron a sonar trompetas y campanas avisando a la población del inminente ataque.
Me dirigí a las murallas. Quería ver la flota enemiga. Eran tres cañoneras. No pude contar los cañones porque desde mi atalaya eran sólo puntos en el horizonte. Nuestras baterías estaban preparadas para disparar en cuanto estuviesen a tiro. Nos defenderíamos con uñas y dientes. No entrarían en la ciudad.
De repente los cañones enemigos enviaron sus primeras andanadas que no alcanzaron las murallas. Aún no estábamos a tiro. Salvo los soldados que ocupábamos las almenas el resto de la población rezaba en la iglesia por la victoria dirigida por el párroco.
Los barcos seguían avanzando. Los artilleros esperaban la orden para mandarles nuestros primeros disparos. No era fácil acertar a un blanco en movimiento y desde tanta distancia. Pero nuestros artilleros eran expertos y darían en el blanco.
Poco a poco las bombas se acercaban a las murallas. Cuando una la rozó nuestros cañones respondieron. Una de las velas saltó en pedazos envuelta en llamas.
JOSÉ LUIS RUBIO
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