Prefiero una lagartija con gafas de maniquí,
al barro de las botas del gato secándose al sol.
Prefiero tocar desmañado un violín de chocolate,
a que me de un lengüetazo una vaca lila.
Prefiero mirar por la ventana de un frenopático
con los cristales de las gafas maculados,
a una visita perpetua al cortijo de los callados.
Prefiero una sonrisa de soslayo
a la remanguillé con tropezones de caspa,
a dos puñaladas traperas en los iris.
Prefiero plastificar los documentos
que certifican que mi corazón es
una válvula con solera y cristal de bohemia,
a que me de una coz en el alma lo que no hice.
Prefiero olvidar los regalos de todos los cumpleaños
de los demás,
a que la duda porfíe con su gancho picudo
y hurgue en las vocales que me comí con patatas.
Prefiero que alguien diga que
prefiere un tiro en el pecho,
a aquel que ni lo niega ni lo afirma
porque la parca es su abrazo.
Prefiero comer con los dedos manchados
de tomate líquido de marca blanca
a suspirar mientras gotean los segundos
como una infusión de madrigales.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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