Después de cada baile se abrazaban, eso les hacía sentirse felices.
La felicidad era el secreto. El secreto era no faltar un día, era bailar, dejarse llevar por la música y esperar el abrazo final acompañado siempre de un adiós marcado solamente con el movimiento suave de sus manos.
Los rostros habían cambiado mucho desde el primer día. Ella ya no era una niña, él tampoco, sin embargo, conservaba su uniforme de capitán. Lo había arreglado varias veces, no porque su cuerpo hubiese desmejorado sino porque el paso del tiempo lo erosiona todo.
Las arrugas, los pasos más lentos, todo evidenciaba el final de aquellos bailes, mas ellos se resistían siquiera a pensarlo. Hoy los observo y me pregunto:
-¿Por qué no habían hablado nunca?
La respuesta, ahora que he alcanzado la perfección en mi rutina, me parece fácil:
-No hacen falta palabras para entenderse, para abrazarse, para compartir una baile o la propia vida.
Publicado por MARIA JOSÉ BERBEIRA RUBIO -Casteldefell- en su blog dondehabiteelolvido-airama
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