casi un niño,
pero robusto como un ternero,
trepaba a las copas de los árboles
del patio, en agosto,
al madurar la pera y el dátil.
Ahora, a mi quebrantada edad,
sobrepasados los cincuenta,
prefiero en vez de vertical
mantenerme acostado.
Sin embargo, con forzada sonrisa
recibo a mis amigos burócratas,
que me ayudan con su peculio.
Triste quedo porque me es imposible
superar las múltiples melancolías
que a mi vida rodean.
Mi casa son sólo paredes...
Mi esposa monótonamente carga
la misma tristeza...
Mi hijo, sin urbanidad alguna,
desde la puerta, soez me exige la comida.

No hay comentarios:
Publicar un comentario