Lejano el mar me llama, me dialoga,
su rumor son palabras, y respondo.
Tiene inflexión de amigo en confidencia,
mitad arcángel y mitad demonio,
con el candor extático del uno,
y la sutil perversidad del otro.
Lo dejo hablar, apenas interrumpo
la magia de su voz, casi monólogo.
He estado en él, inmerso, tantas veces,
en abrazo desnudo; su retozo
dejándome caer, como una novia
brindando su oquedad, o sobre el lomo
de su oleaje blanquiazul, yo mismo
sintiéndome una oferta a los antojos
de dioses invisibles que entre nubes
traman ardid de festival erótico.
Lo escucho, es recital, canción, murmullo,
franca revelación, luz y alborozo.
Desde lejos se expresa
como si me tocara sobre el hombro,
con la afabilidad, con el donaire,
de quien está presente, aunque remoto.
Se arrastrará a mis pies, blanca sonrisa,
si avanzo por la playa; si, coloso,
guerrea anárquico al acantilado,
su voz me llega no como alboroto,
mas como aire gentil, insinuante,
como el amigo que me ofrece apoyo.
Lenguaje tal, para otros irascible,
es para mí caricia sobre el rostro.
Llevo una caracola en mis viajes
para escucharlo siempre, melancólico
de no alcanzar a veces su contacto,
su aroma y su regusto salitroso.
Me habla en la íntima voz de los amantes,
como yendo a mi lado, codo a codo.
Lejano el mar me llama, me dialoga,
su rumor son palabras, y respondo.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Angeles-
No hay comentarios:
Publicar un comentario