Adormecida y lánguida,
en el rebozo de la mullida franela,
con los ojos como clavitos,
te das cuenta,
de pronto
que el silencio del teléfono te agobia.
Y te recuerda,
que quieres la luna.
Y entonces te olvidas
y quieres
que te envuelvan con rizos de estrellas.
Y te meces en el sofá del sueño
del gustirrinín
y del calentito vaivén.
Y te escapas
aburrida del inconstante vaivén
de libros y televisión y de lo cotidiano.
Y cantas melancólica y pedestre.
Y te calzas con el peine de la prisa,
te besan los espejos
y te ofreces a la vida
con las ansias de la primera vez
auscultando la noche
en el “sin ti no soy nada” del dial.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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