La noche agrietaba sus escamas,
colgada como monos con tentáculos,
de los hierros de hollín verde.
Otra noche más para aburrirnos de excesos,
parecía.
De pronto la acción:
A babor asoman dos ojos que son como abubillas de luz. Silenciosos nos sentamos todos en el rudo suelo acariciando las aceras con las manos en las rodillas.
Transparentes,
con la nuez a diez centímetros del cuello torcido,
escuchamos la labia del dueño de los ojos huesudos,
el roce de su cola de caballo teñida de hiel.
El elegante camello de dientes como huellas en un charco, con ojos como sombra en barrniz negro,
nos mira uno a uno,
verso a verso, sin perder el hilo:
“Esto es así de sencillo,
se enhebra así el Fortuna,
se espachurran los hilillos de tabaco en la palma de la mano a la altura de la raya de la vida y los accidentes,
sacáis del librillo marca smoking un par de hojas.
Es como cuando visteis a vuestro abuelo del pueblo liar un Bisonte de esos con escupitajo sabiduría y mugre en los amarillos dedos.
Luego,
incrustáis en el revoltijo,
con amor y carantoñas,
esta piedra que parece un trozo de regaliz zara.
Todo ello lo mezclamos con las briznas de tabaco y ya casi está.
Pero tranquis que no pasa nada,
que está todo controlado.
Todo.
Todo esto es de regalo-regalo
y gratis total.
Para terminar,
os hacéis una boquilla con un cacho de cartoncillo.
Se enrolla todo y ahí dentro mezclado con todo el cigarrillo está el costo,
EL costo.
El porro.
Esto es un porro.
Qué fácil.
Qué rico todo.
Todo muy rico.
Y de gratis.
Ahora quemáis un poquito la punta del porrito,
que para eso la dejé retorcida si os fijáis bien.
Y a chupar y a echarse unas risas.
Fácil, fácil.
Trece años teníamos,
catorce alguno,
el más anciano quince.
Era noche de brillos y humo,
noche que fue el inicio del fin.
Para muchos.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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