Cuando los conquistadores españoles llegaron hasta las tierras gobernadas por los aztecas, se quedaron sorprendidos, aterrorizados y enfurecidos por las costumbres y prácticas religiosas de los indígenas: sacrificios humanos, canibalismo, rituales fanatizados, templos repletos de calaveras e intestinos... Todo el mundo religioso azteca rezumaba sangre, violencia, idolatría, satanismo... Era todo lo contrario a la “civilizada” cultura europea de donde procedían los “cultos” españoles.
Así que se pusieron manos a la obra: destruyeron templos, ídolos, ciudades, culturas; exterminaron pueblos enteros; los esclavizaron, humillaron, aniquilaron. Convirtieron a las mujeres en concubinas a la fuerza, y a los hombres en esclavos para canteras, minas y granjas. Impusieron su religión católica, superior, civilizada, progresista, y “demostraron” al mundo y a la historia que Occidente, una vez más, era superior ética, económica y militarmente a las demás culturas.
Millones de indios murieron: fue el coste que hubo que pagar para acabar con la “sangrienta y medievalista” religión azteca. Occidente puso sus cruces sobre los antiguos templos. El nivel de vida subió rápidamente, aunque sólo para esos “maravillosos” soldados españoles, y la cultura azteca se murió de golpe, como diría Neruda, arrastrada por la corriente del “progreso”.
Esa es la Historia. Nunca se repite exactamente, pero tiende a reciclarse de continuo… incluso hoy en día.
Publicado por Francisco J. Segovia -Granada-
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