Compré un girasol grande, de metro y pico, cargado de pipas que engulliría encantado mi loro, y lo planté en el jardín. Al día siguiente, le eché un vistazo desde la ventana y parecía más pequeño. Al acercarme, aumentaron mis sospechas. Decidí medirlo cada mañana, con lo que pude comprobar que, efectivamente, encogía unos centímetros a diario. Las hojas disminuían y el tallo adelgazaba. Las pipas, a su vez, fueron reduciendo su tamaño hasta desaparecer. En poco más de un mes, el girasol medía apenas dos palmos. Durante estos últimos días, los acontecimientos se han precipitado a toda prisa. El lunes ya sólo era un minúsculo tallo que luchaba por salir entre los grumos terrosos; anteayer, apenas un incipiente brote. Ayer, bajé al jardín y ya no se veía. Escarbé la tierra con cuidado y saqué una pipa de entre dos pequeños terrones. Entré en casa, me acerqué a la jaula, y se la di al loro. Hoy, mientras le cambiaba el agua, parecía más pequeño.
Víctor Lorenzo Cinca (España)
Publicado en la revista digital Minatura 117
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