No hay sensación más poderosa y antigua que el miedo. Esa clase de miedo que has tenido siempre a los espejos. ¿Por qué no te miras? ¿Sólo eres capaz de hacerlo cuando entras al baño muy temprano, antes de partir al trabajo? ¿No te atreves de noche? Hazlo, no seas un maldito cobarde, ¡hazlo! Intentas escapar a la calle, pero te contienes. Es tarde, casi medianoche, no vives en una zona apacible, afuera está plagado de delincuentes y drogadictos. Escrutas por la ventana. Todo desierto en apariencia. Hay una hermosa y brillante luna en el cielo. Te perturba. ¿Por qué? Tienes sueño, decides reposar, debes asearte un poco para que tu cuerpo se adapte mejor a las sábanas blancas. Te despojas de tus temores e ingresas en el baño, te observas en el vidrio pulido y… te ves a ti mismo, con pelo en la cara. No, no puedes ser tú. Es un demonio que intenta penetrar en tu mundo. Soportas el terror, te miras de nuevo… tus orejas han crecido, terminan en punta, tu hocico se ha anchado, tus dientes se están agrandando, crecen con desmesura. No puede ser tu imagen. Te tocas el rostro, el cuerpo, no hay pelos, no hay colmillos gigantes en tu boca… Escuchas el aullido… Está cerca, lo sabes, debes esconderte. Está atrás de ti, saltará sobre tu piel dentro de poco. Lo observas, tu corazón late con fuerza, aquello gruñe, en cualquier momento cruzará el umbral que separa su mundo del tuyo. Te adelantas al desastre, destruyes el espejo de una patada. Cuidado, podría entrar por cualquier espejo de la casa. Recorres tu residencia con un bate de beisbol, rompes los cristales reflectores, uno a uno. Por error quiebras la llave de luz de la sala, un corto circuito, has quedado a oscuras, pero ya has terminado. Sientes un gran alivio, te dejas caer sobre un sillón. La penumbra no es total, un poco de claridad ingresa por la ventana y te ilumina a medias. Hay un espacio de tenue luz en la pared y en el suelo, hay allí una sombra inquietante, es… tu propia silueta. Sonríes, decides dormirte, soñar el amanecer. Aquella figura negra comienza a deformarse, a crecer, no te da tiempo ni de gritar, se ha abalanzado sobre ti y te devora las entrañas. Luego salta por la ventana. La verdadera noche inicia y eso tiene un hambre descomunal.
Carlos Enrique Saldivar (Perú)
Publicado en la revista digital Minatura 117
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