Se volvió loco. Entró en el reino de lo inexplicable. Enmudeció para siempre. Frente a su hermano gemelo, el otro espejo, trató de verse a sí mismo. Sintió el tersoy afilado colmillo del terror traspasar el delgado aliento de su frágil vida. Creyó ser un grito de nada huyendo despavorido por la nada.
Se volvió loco. Sí, se volvió loco el espejo. Se aferró a la locura como si ésta fuese su única tabla de salvación. En verdad era lo único que le quedaba frente a la realidad invisible de su hermano gemelo, el otro espejo, que, al igual que él, huía también horrorizado por la desolación infinita de la nada.
Frente a sí, dominado por el terror de lo desconocido, el espejo, de repente, se hizo añicos, multiplicando su locura. Intentó en vano suicidarse. Descubrió que era espantosamente inmortal. Supo que la muerte no es posible para los espejos, sino la interminable pesadilla de la vida. Mirándose a sí mismo y viéndose sin verse a través de los ojos ciegos de su hermano gemelo, el espejo renunció a la ilusión de la palabra y enmudeció para siempre en la paradoja de un grito disfrazado de lágrima.
JUAN CERVERA SANCHIS -México-
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