Pasas las mañanas recolocando los añicos de ti misma.
Haces inventario de tu vida y solo crees ser chatarra,
un mueble viejo y sobrecargado.
Hierros torcidos en un terraplén.
Trozos de madera en el gris de la calima.
Y dices que lo que mejor supiste hacer
fue mirarte el rostro
en las manos del amanecer.
Ser una diosa para los de las miradas miopes
y los dedos como garrotes viles.
Cuando estudiantes pisoteabas las pizarras
con pie de hierro y facilidad.
Y aunque no lo supieras, las uñas de tus manos
tenían tierra de siglos.
Pero sabes recomponer cada capítulo de tu vida.
Pegoteas con saliva y sal las miles de heridas
curadas día a día.
Tus labios no eran comisuras nada más.
Pasaste la vida dándote cabezazos contra la ignorancia
mientras ibas recuperando los añicos de ti misma.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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