Nací un trece. No fue en Roma, el tren no existió en la ida ni hubo un César en mi herida espléndida; nada asoma vestigios. Estuve en coma por toda la eternidad. Nací un trece. ¿Qué orfandad me ha predicado un profeta? ¿Quién ha dicho que el asceta fue cómplice de mi edad?
Era martes, nací un trece en brazos de una partera. El reloj partió la esfera del milagro. “Nadie rece”, dijo mi madre, “y quien bese su mano, tendrá razón si advierte la clonación de este siglo y el pasado, porque en Roma nunca he estado, ni un César es mi ilusión”.
Yo sí he saltado los trenes. Amé a Roma sin cadenas, y supe las sordas penas de su reino en mis vaivenes. Me desnudé, y en sus sienes fui diosa de un rey cautivo. Calígula pensativo quiso amarme en su venganza… ¡Salté los trenes, mi lanza clavé en el recuerdo, y vivo!
Del libro Los césares perdidos de ODALYS LEYVA ROSABAL
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