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Alma Brimshaw, Ingeniero Jefe de Desarrollo en Industrias Brimshaw Bedman, está desde temprano en la Abadía de Westminster, para verse con el señor Pemrose Bedman. Ambos estarán en el cortejo en la coronación de Eduardo VII, y sólo antes de cada ensayo y en los descansos tienen tiempo de discutir la nueva línea de aparatos domésticos. Hay tres décadas entre esos modelos y aquellos con que Bedman revolucionó hogares. Alma Brimshaw recuerda cuando, recién casada, compró el primer producto Bedman: su lavadora/ planchadora/ secadora a vapor, enorme y abstrusa. Recuerda también cómo, al mes de uso, tras muchos callos y agujetas, decidió que debía haber una forma mejor de hacer las cosas. Para encontrarla debía aprender termodinámica, amén de mecánica y matemática; entre pañales y ollas hizo tiempo de leer sobre dichas materias.
Eventualmente llegó a dominar esas ciencias, al extremo de llenar una libreta con ideas, y un día tuvo el valor mostrársela a Bedman. El industrial tomó la decisión audaz y correcta: las ideas de la joven, puestas en práctica, multiplicaron la eficiencia y comodidad de los aparatos, así como el dinero en sus bolsillos. A su tiempo, las cada vez mejores máquinas de Brimshaw y Bedman cambiaron el Imperio. Las damas, reducida la carga doméstica, tuvieron más tiempo libre, y expuestas a la tecnología, usaron ese tiempo para ponerse al día en las ciencias; también se interesaron por la psicología, la ética y otras disciplinas. No pocas repitieron los pasos de Brimshaw, y la influencia de esas pioneras se extendió a través de un proceso lento y no exento de obstáculos, que finalmente produjo una sociedad mucho más igualitaria.
La señora Brimshaw sostiene con orgullo que sus logros han liberado no sólo a la mujer, sino también a la humanidad entera, de las obsesiones masculinas en el diseño: potencia, tamaño, linealidad. Ha creado una manera mejor de usar el vapor y otras fuerzas, más eficiente, versátil, flexible y asequible, salvando así a la especie de ser ahogada, aplastada por el Titán Máquina. Si sus contemporáneos compararan la tecnología antes y después de ella, le darían la razón, piensa mientras saluda al señor Bedman, que llega tarde, sin tiempo para dar un primer vistazo a los planos. Y sonríe, tomando el brazo del viejo, entrando con él a la nave de la iglesia, y diciéndose que a él en particular lo salvó más que a nadie: con sus maquinotas originales, el pobre habría fracasado estrepitosamente.
Juan Pablo Noroña Lamas(Cuba)
Publicado en la revista digital Minatura 116
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