Derrotas (I)
Adviene cada triunfo en compañía
de lo que el vulgo ha de apodar derrota;
ésta es la rosa que en el tallo brota,
y alguien de nuestra senda la desvía.
Pero el rosal es plenitud, orgía
de color y fragancia, y sobre él flota
legión de ofertas, y por más remota
que una parezca, está en la cercanía.
Las derrotas no son sino peldaños
para escalar laureles, travesaños
sosteniendo la fábrica del techo,
y sobre ellas el éxito radica.
La victoria tan sólo certifica
que ha habido un luchador insatisfecho.
Derrotas (II)
¿Y la mujer que no te amó, o acaso
te amó y dejó de amar? ¿Cómo en la historia
se catalogará? ¿Cómo victoria,
parcial revés, o auténtico fracaso?
¿Qué es para ti, preguntaré, el ocaso?
¿El día en trance de morir? ¿La euforia
prometida en la puerta giratoria
de la noche llegando paso a paso?
En este absurdo mundo de los vivos
suelen ser los valores relativos,
según proximidad y circunstancia.
Ni hay éxito total ni hay absoluta
devastación. Cada uno lo computa
de acuerdo a su modestia o su arrogancia.
Derrotas (III)
Recuerda en el laurel, y en la caída,
su temporalidad. Nada es eterno.
Te enfrentarás a veces a un infierno
de abatimiento, de sangrienta herida.
Escalarás a veces la florida
cumbre del triunfo en su esplendor externo.
Y en ambas, ya en fervor o en desgobierno,
te juzgarás marcado de por vida.
Y no es así. Las ruinas se adormecen,
y los brillos del triunfo palidecen,
quedando abiertos horizontes nuevos.
Ya pierdas o prosperes, reflexiona:
Tanto al harapo como a la corona
los están acechando los relevos.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO-Los Angeles-
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