Lluvia otoñal
Tamborilea el agua en los cristales.
Ya es otoño, y el olmo se desnuda.
Se oscurece la tarde, que trasuda
fugacidad. Dormitan los zorzales.
Suele llegar la lluvia a mis umbrales
con apremio de amante testaruda,
insistiendo en entrar, con su menuda
danza sobre tejado y ventanales.
Desde la tibia, acogedora estancia,
contemplo la tenaz perseverancia
con que su rítmico reclamo insiste.
Abro la puerta, al fin, por un instante,
extendiendo la mano, y anhelante
me lame, a un tiempo seductora y triste.
Estatua de carne
Le hablaba en vibración de anatomía,
y en énfasis mental, y en gentileza;
mi lenguaje, del sexo a la cabeza,
era amor, llama y luz, en armonía.
En voz y acción le hablaba, y no entendía.
Era estatua de carne. Su belleza
no se alargaba allende la corteza,
alma sin erupción, mente baldía.
Eran sus ojos de cristal tallados,
miraban, mas sin ver; ni alborozados,
ni serenos ni tristes; sólo abiertos.
Mujer y hermosa, sin lugar a duda.
Logré admirarla en su esplendor, desnuda,
con todos mis sentidos casi muertos.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO-Los Angeles-
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