En la casas del pecado
he dormido inquieto,
mis ojos con hambre de noche,
los oídos atentos al silencio,
abatida toda prudencia
en ríos de deseo.
Los panes del remordimiento,
a ritmo lento,
intermitente alimento
fueron,
y el ardor de la lujuria,
vino blanco y café negro.
Los cendales de niebla
fueron amargos compañeros;
nada pudo el llanto de la culpa
que pudieron más los deseos.
Por eso,
-ahora me acuerdo-,
en la casa del pecado
he dormido inquieto.
ARSENIO M. LÓPEZ MORADO-Cartagena-
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